martes, 15 de enero de 2019

ASI FUE LA CONJURA CONTRA LA ORDEN DEL TEMPLE

La Orden del Temple, fundada en 1119 para proteger a los peregrinos que viajaban a Jerusalén tras la I Cruzada, había acumulado un enorme prestigio y poder. No obstante, a principios del siglo XIV los musulmanes habían expulsado a los cruzados de Tierra Santa, por lo que su principal misión –la defensa de los Santos Lugares– estaba en entredicho. El papado respondió proponiendo la unificación de las distintas órdenes militares, con el fin de recobrar fuerzas y tratar de lanzar una nueva cruzada de reconquista. Pero ello no se produjo; los reinos cristianos estaban inmersos en problemas internos, mientras que los templarios rechazaron la unidad por miedo a desnaturalizarse, lo que les indispuso para llevar a cabo su compromiso con Roma de dar apoyo a la reconquista de Tierra Santa.

El verdadero problema radicaba en que el Temple se había convertido en un Estado autónomo dentro de los reinos cristianos. Tenían importantes tesoros, fruto de las numerosas donaciones que recibían, no pagaban impuestos, ostentaban importantes cargos en las cortes y, además, sólo obedecían al papa. Su poder era especialmente importante en Francia, reino del que procedía la mayor parte de sus caballeros y en donde atesoraban más riquezas. Por ello se habían convertido en un serio obstáculo para los planes de fortalecimiento del poder del rey de Francia, Felipe IV. La corona francesa estaba muy endeudada desde hacía más de cincuenta años con la Orden, pues ésta le había prestado la enorme cantidad que se tuvo que pagar para rescatar a Luis IX, cuando cayó preso a raíz del fracaso de la VII Cruzada, y el mismo Felipe IV había vuelto a pedirles dinero para sufragar su política expansiva. Sin duda, si los templarios desaparecían, la deuda quedaría extinguida y el poder del monarca reforzado.

Por todo ello el rey de Francia emprendió la misión de preparar toda una conspiración para acabar con el Temple, acusándolo del peor delito: la herejía. Contando con la ayuda traicionera de antiguos miembros de la Orden militar templaria, el monarca francés elaboró una serie de inventadas prácticas heréticas que habría ejecutado el Temple, con el fin de desprestigiarlo ante toda la cristiandad y lograr, de paso, la imprescindible colaboración del papa Clemente V, pues sólo él tenía jurisdicción total sobre los caballeros de la cruz.

La lista de presuntas herejías y aberraciones se basaba tanto en abiertas mentiras, como en deformaciones de los rituales internos de la Orden. El resultado es que se los acusó de renegar de Cristo, de escupir sobre la cruz, de sodomía, de adorar a un ídolo, de nigromantes y de toda suerte de costumbres repulsivas destinadas a impresionar a la población. Se había orquestado toda una campaña difamatoria con el único fin de justificar su destrucción.

Mientras tanto, en junio de 1306, el Temple, ajeno a toda la conspiración que se tramaba, rechazó la petición papal de unificación de las órdenes militares, con lo que sus relaciones entraron en crisis. Un año después, el 12 de octubre de 1307, el rey de Francia, tras elaborar cuidadosamente todo el pliego de cargos falsos, procedió a detener en todo el país y en un mismo día a 141 templarios y a confiscar todos sus bienes. Inmediatamente, fueron sometidos a un proceso inquisitorial, lo que supuso que sufriesen torturas o fuesen amenazados con ellas con el objetivo de que confesasen los crímenes de los que se les acusaba. 

Obviamente, muchos admitieron los cargos en su contra por terror, comenzando por el mismo gran maestre Jacques de Molay. La Orden en el país galo estaba herida de muerte.

Un pontífice coaccionado

Sin embargo, y aunque enemistado con el Temple y presionado por Felipe IV, el papa Clemente V se sintió desautorizado en su poder, pues sólo él podía actuar contra los templarios. Por esta razón constituyó una comisión investigadora mientras ordenaba en todos los reinos cristianos la detención de los miembros de la Orden, aunque prohibía las torturas.

El hecho de que varios reinos, como Aragón e Inglaterra, no acatasen de inmediato y con celo el mandato prueba que pocos creían veraces las acusaciones del monarca francés.

Cuando llegó la delegación del papa a Francia, todos los encausados se retractaron de sus confesiones alegando que habían sido obtenidas bajo tortura, por lo que Clemente V en persona decidió asumir la investigación. Enojado, el rey de Francia contraatacó reiterando las acusaciones con falsos testigos, pero el Papa insistió en dirigir el proceso de los principales acusados, absolviéndolos finalmente. 

Felipe IV no estaba dispuesto a soltar la presa y en Francia obligó a la Iglesia a seguir con el proceso. Para ello, acusaron a los templarios que se habían retractado y a los que habían hablado en su defensa de herejes reincidentes, lo que suponía morir en la hoguera.

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